Estudiar música involucra diferentes áreas que son importantes para el desarrollo de la persona. La música de por sí potencia zonas de nuestro cerebro que se activan al escuchar ondas sonoras, al tocar un instrumento y al cantar. También se liberan ciertas hormonas del placer o displacer al escuchar sonidos que percibimos como agradables o desagradables. 

La música despierta las actividades motrices más finas. Pequeños músculos, nervios y tendones entran en acción al ejecutar un instrumento desarrollando sutiles mecanismos de movimiento. Esto se diferencia de la gimnasia en cuanto en ella trabajamos sobres los músculos más grandes del cuerpo. Esto en cuanto al aspecto físico. 

En cuanto al aspecto emocional la música activa el área de la llamada psico-acústica. Esto es cómo percibimos una onda sonora, cómo la procesamos a través de nuestro entendimiento. Podemos citar la famosa pregunta: “Si un árbol cae en el bosque y no hay personas que escuchen… ¿hay sonido?” La respuesta es: “Sí, hay ondas sonoras, pero no hay sujeto que las perciba” por lo tanto no hay movimiento psíquico alguno que se produzca.

Una determinada música influirá en nuestro estado de ánimo y nos movilizará si toca alguna parte de nuestra experiencia personal. Algún recuerdo, alguna vivencia, alguna persona querida. Es el aspecto espiritual-emocional de la música. La cual es otra área en cuestión. 

Por otra parte, tenemos el aspecto artístico de la música. La dinámica entre el intérprete y el público tiene su máxima expresión en el concierto en donde el músico expone su obra a un público que lo gratifica con aplausos.

Es por todo ello que estudiar música es una actividad importante que involucra muchas facetas de la persona desarrollando sus capacidades intelectuales, afectivas, artísticas y sociales.